Las bajas temperaturas y la falta de un manejo adecuado limitan el desarrollo del cereal en el NOA. Por esto, un equipo de investigación –integrado por especialistas del INTA, el IPAF NOA, la Universidad Nacional de La Plata y el Conicet– trabaja junto con productores locales en el desarrollo de estrategias que permitan mejorar la producción y conservar la diversidad genética.
Integrado por diferentes ecosistemas agroecológicos, el Noroeste Argentino (NOA) comprende un territorio de alrededor de 14 millones de hectáreas que oscilan de los 1000 hasta los 4000 metros sobre el nivel del mar (m.s.n.m.). Allí, más de 60.000 familias campesinas cultivan y trabajan la tierra. De los cultivos más importantes de la región (maíz, porotos y papas), el maíz es el que tiene mayor sensibilidad a las bajas temperaturas asociadas al aumento de la altitud.
En este sentido, especialistas del INTA (de Salta y de Pergamino, Buenos Aires), el IPAF NOA, la Universidad Nacional de La Plata y el Conicet estudian diferentes alternativas, como la evaluación de variedades locales y el desarrollo de prácticas de manejo específicas para las condiciones de altitud. Además, buscan fortalecer la conservación del recurso genético in situ, es decir, en el propio territorio donde se cultiva el maíz.
De acuerdo con Mariana Ferreyra, investigadora de INTA Salta, “el rendimiento del maíz en estos ambientes se ve limitado por las condiciones propias de los sitios donde se cultivan y también por la falta de información científica que complemente las estrategias de manejo tradicionales”. En el caso de las variedades locales, los estudios para comprender las respuestas fisiológicas del maíz a estas altitudes no son tan frecuentes y esta información puede servir como sustento a las prácticas locales.
A partir de un trabajo en conjunto con la Universidad de La Plata y el Conicet, se pudo avanzar en la investigación sobre el comportamiento de las variedades criollas de maíces del NOA. En este caso, se evaluó el comportamiento de las dos variedades más utilizadas en la región en distintos pisos altitudinales y la variación del rendimiento en función a las características ambientales en donde se sembraron.
Trabajos sobre estrategias de manejo de cultivos y su mejoramiento genético en entornos de gran altitud, podrían contribuir a mejorar los rendimientos del maíz en esos ambientes. En este caso en particular, “es importante conocer cuáles son aquellas variedades que se adaptan mejor a determinadas condiciones”, expresó Ferreyra.
Una de las variables de manejo clave en el cultivo de maíz es la densidad de siembra y es fundamental contar con información para conocer la densidad óptima para cada combinación de genotipo y ambiente. Hasta el momento, no se habían realizado estos estudios en ambientes andinos.
“A partir del trabajo realizado por Diego Salve (en el marco de una beca doctoral del Conicet), se pudo conocer que en sitios experimentales a 2300 y 3300 m.s.n.m, el aumento de la densidad de siembra mejora el desarrollo del área foliar, la intercepción de la luz y el número de granos por unidad de superficie, obteniendo mejores rendimientos, aunque con granos más pequeños”, señaló Ferreyra, quien agregó: “Cabe aclarar que esto no suele ser lo esperado ya que, en general, en el maíz la mayor densidad de siembra se asocia con ambientes de mayor potencial de rendimiento”.
Cuidado del recurso genético
En el marco de un proyecto –presentado por la Argentina al Fondo de Distribución de beneficios del Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura (TIRFAA)– se realizó un relevamiento para conocer más sobre la diversidad genética de maíces que se están utilizando. “Este trabajo nos permitió observar que los productores que siembran a mayor altura utilizan una mayor diversidad de variedades locales y que, a su vez, tienen más restringidas las condiciones de riego. Estos datos nos brindan información muy relevante para tener en cuenta en futuras líneas de trabajo junto a los productores”, afirmó Ferreyra.
Para llevar adelante este tipo de trabajo, es fundamental la articulación con el Instituto de Investigación y Desarrollo Tecnológico para la Agricultura Familiar (IPAF) del NOA, que brinda el apoyo y el acompañamiento en el territorio.
“Es importante que la conservación se realice en los Bancos de Germoplasma, pero más importante es que la conservación sea realizada en el territorio por los actores locales y que ambos esfuerzos se integren y complementen. La intención es seguir apoyando a los productores para que la conservación in situ continúe realizándose, y que el uso de las variedades locales se acompañe con mejores rendimientos”, aseguró la investigadora del INTA quien agregó que los resultados obtenidos nos advierten sobre la necesidad de continuar trabajando en conjunto para sostener estos sistemas productivos amenazados por los efectos del cambio climático, ya que muchos agricultores dependen del riego derivado de agua de deshielo.
Este trabajo se enmarcó en un Proyecto de Investigación Plurianual (PIP) Conicet vinculado a la tesis doctoral de Diego Salve, becario del Conicet en IPAF NOA y el Proyecto PR-154 de Argentina financiado por el TIRFAA contó con la participación de Mariana Antonietta, Eduardo Tambussi y María Luján Maydup del Instituto de Fisiología Vegetal de la Universidad Nacional de La Plata (Infive, UNLP-Conicet), Raquel Defacio, curadora del Banco de germoplasma de maíz del INTA Pergamino -Buenos Aires-, la M.Sc. Mariana Ferreyra, curadora del Banco de germoplasma del INTA Salta y el técnico Ricardo Calizaya del IPAF NOA.